viernes, 26 de octubre de 2007

¿Le has visto la matrícula?

Ayer, como no podía ser de otra forma, subí a Madrid a matricularme del segundo año del doctorado y, nuevamente, como no podía ser de otra forma, lo que debía ser mero trámite se convirtió en un ejercicio de equilibrismo. La culpa es mía, obviamente, por ser un desastre.

Después de levantarme a las cinco de la mañana, coger un tren, tirarme cuatro horas sin fumar y sin dormir y sin comer (pobreza obliga), llegué a Madrid a eso de las diez y veinte de la mañana. Estación de Chamartí. En obras. Las taquillas de cercanías cerradas (descubrí luego que trasladadas). Las máquinas expendedoras de billetes, fuera de servicio. Yo lo intenté, lo juro. Pero no conseguí un billete para llegar a Cantoblanco, no lo logré. Así que decidí hacer lo que otras veces había logrado con éxito. Meterme de extrangis, pegarme, en la salida, a alguno y salir pegadito a él como si fuera su chepa, en vez de un convencido enemigo del capitalismo que entiende que el trasporte público debe ser gratuito. Primer error. Ya casi llegando a mi parada, el revisor. Ocho euros y pico. Por la patilla. Empezamos bien.

No acaba aquí la cosa. Me acerco a secretaría y, cuando le digo que no me preinscrito, la tipa me dice que no me puedo matricular, a no ser (tenía prisa, era la hora del almuerzo) que me dejara la administradora. Así que a ver a la administradora. Una persona excelente. Parecía esa tía que viene a comer a casa los días de fiesta. Y te echa un puro de cagarse. Que es lo que hizo la buena señora: "Si es que no puede ser. Sois un desastre. No debería dejar que te matricularas. Pero claro. Y ahora". Vamos, que puse cara de niño bueno, agaché la cabeza... y coló. Así que cagando leches a "preinscribirme" en el departamento. La secretaria no está (recuerdo, era la hora del almuerzo) así que a esperar a que llegue. Y cuando vuelve (cargada con bolsas del corte inglés) me dice: "¿De verdad que te deja? Es que no dejamos a nadie. Vete rellenando eso que yo la llamo. No es que no me fíe, es que no me fío". Vamos, que al final cuela, así que corriendo otra vez a ver a la señora con mi "preinscripición". Y corriendo a la sala de informática (en Empresariales) para matricularme. A esas alturas yo estaba hecho polvo, desorientado y destrozado físicamente (los que conozcan la autónoma lo entenderán, y los que no... bueno, recomiendo una visita para apreciar la arquitectura franquista en todo su esplendor). Y cuando llego, no tengo ni la matrícula en papel, ni el pin, ni na de na. Otra bronca de la señora que anda por ahí (menos mal que las estudiante de ¿informática? que había ayudando en el proceso eran ángeles... con alas y todo). Así que a correr otra vez a filosofía y letras, por la matrícula, por el pin, y por mis pulmones. Y, ¿quién da el pin? La misma señora de antes. "A ver, ¿qué te pasa ahora?". Otra bronca. Si es que vaya día...

Tranquilos, al final lo logré. Estoy matriculado. Hice ejercicio. Me cobraron cinco euros por utilizar los servicios de secretaría. Creo que, yo al menos, los he aprovechado.

Y mientras, seguimos esperando.

Estos vascos se lo toman con calma.


3 comentarios:

gusiluz75 dijo...

Un desastre pero por eso te queremos

Gabri dijo...

Siempre he pensado que a la licenciatura de filosofía le faltaba una asignatura de educación física - algo muy platónico, por lo demás- así podrías haber hecho esa suerte de Test de Cooper sin acabar pidiendo una camilla.
Por lo demás, no seas mal pensado, la señora de marras tomó café, ¡en la cafetería del British Cut, eso explica lo de las bolsas!
En fin, camarada, todo sea por una buena causa. Al final lo conseguirás. Abrazos cibernéticos

Ander Izagirre dijo...

Laboa, Laboa... ¡vivalosnovios!